miércoles, 22 de junio de 2016

POEMA: Néstor Barbarito, UN CANTO A MI MADRE

UN CANTO A MI MADRE

       
 A vos te canto, purísima Madre mía.
Madre en el dolor y en la alegría.

 A vos, que supiste del gozo 
 -infinito en intensidad,
y tan breve y fugitivo-
de llevar en tu vientre
a Aquél a quien los cielos
y la tierra esperaban
desde comienzos del tiempo.

A vos, Madre  querida,
a quien Dios por siglos soñara
y  por siglos preparó
con esmero cuidadoso y desvelado,
para la dulce y singular tarea
de ser el cofre que guardara,
de toda la creación
el Fruto más preciado.

A vos Madre, en cuyo vientre,
desde el día en que el ángel te anunciara
la felicísima noticia de tu suerte,
de tu carne y de tu sangre 
comenzó  a tomar su carne el Dios viviente.

Pero no sólo en tu vientre.
el Verbo se hizo carne.
En tu hermoso corazón fue su Presencia
no menos real y verdadera.

A vos, Mamita,
que  acunaste en tu regazo,
acariciaste  las mejillas
y besaste los cabellos
al Hijo de David, el Rey de reyes,
mientras lo amamantabas en tus pechos;

Aquél por quien toda la creación suspiraba.
El Sol de la justicia que de vos naciera
para iluminar a los que vivían en tinieblas;     
a los que yacerían  en sombras
hasta el día feliz en que Él los alumbrara.
  
A vos, que supiste creer y esperar;
que amaste y sufriste con ardiente corazón,
tan puro y delicado como tierno y vulnerable.

A Vos, que fuiste la herencia
que Jesús nos legó, ¡preciado Don!;
a quién tus hijos llamamos con  justicia y verdad
Madre de Dios y de los hombres,
y tu Hijo y tu Dios coronó
Reina y Señora de la entera creación...

A vos, Mamita,
quiero contarte en mi canto,
del gozo y la alegría de saberme tu hijo;
que por pura gratuidad me concediste
en tu corazón purísimo y amado
un lugar pequeño, pero no lejano
al que por derecho propio,
en él ocupa el Primogénito
de entre todos tus hijos;
el Hermano mayor, el  Esperado.

A vos, a quien Él hizo  el encargo
de ser de sus hijos en  horas felices
mamá y compañera;
pilar y sostén en los días  amargos,
te ruego que no quites tus ojos
de la huella por la que vengo andando,
para que ellos alumbren mi camino.

Que me guardes, Madre dulcísima,
de todo tropiezo o extravío;
de cualquier error o desatino.

Y por sobre todo, Madre,
no permitas que el desaliento me abata
o me hunda en la tristeza.
Que no se apague en mí
el fuego del testigo
ni la radiante luz de la esperanza.

A Vos, Madre del alma,
A Vos te pido.

Néstor Barbarito

 Amén Néstor, Amén. Gracias.

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