domingo, 25 de octubre de 2015

MEDITACIÓN: Aída Martha Castelan. EL LUGAR EN EL BANQUETE

A medida que los hombres llegaban al cielo, se les preguntaba qué querían hacer o a qué se querían dedicar.
Eso mismo, hicieron con Felipe, que eligió ser el encargado de ceremonial en los banquetes celestiales que se ofrecían todos los días. Felipe había sido un hombre muy ordenado durante su vida, y ésa fue la causa que le hizo creer que ése era un muy buen trabajo para él y que lo desarrollaría a la perfección.
Pensó que le bastarían unas pocas indicaciones para poder desempeñarse bien, porque aprendía cualquier labor con facilidad. Después de acomodarse en una nube que iba a ser su casa, con vista a la plaza principal, se dirigió al gran salón para comenzar con la distribución de los lugares. Pero, al llegar, no encontró a nadie, el recinto estaba vacío.
Al encontrarse solo, se preguntó: ¿cómo puede ser que no estén preparando las cosas, si ya faltan pocas horas para la cena?
Entonces, fue hasta un edificio que parecía ser una especie de oficina. Entró y vio a una señorita sentada detrás de un escritorio.
-Buenas tardes, yo soy Felipe Barvientos, el nuevo encargado de ceremonial. Necesito saber dónde está la lista de invitados para disponer los lugares.
La señorita abrió los ojos y la boca, y no contestó nada. Felipe, entonces, explicó nuevamente qué necesitaba. Ella extrajo una larga lista del cajón del escritorio y se la dio, sin cambiar la expresión de asombro que tenía en su cara.
Felipe volvió al salón, se sentó en una mesa y empezó a examinar la lista.
Después consiguió una caja de tarjetas en blanco para escribir los nombres de los invitados y las colocó delante de los platos.
Pocos minutos antes de la hora señalada para empezar, apareció un hombre que se quedó parado en la puerta mirando a Felipe.
-Si quiere, en vez de quedarse ahí como una estatua, pase y ayúdeme a colocar los carteles.
-¿Qué carteles?-preguntó el hombre tímidamente y sorprendido por la invitación que le hacía Felipe.                            
-Los carteles, ¡bah!, las tarjetas con los nombres para que cada uno sepa dónde sentarse. De paso, como usted, seguramente, conoce más que yo a las personas que viven acá, me sabrá decir si el orden que establecí es correcto.
El hombre se puso a caminar entre las mesa leyendo los nombres y, de vez en cuando, miraba a Felipe de reojo. Cuando terminó de revisar todas las mesas, se le acercó y le preguntó:
-¿Con qué criterio ordenó las tarjetas?
-Por orden de importancia. ¿no ve que en la cabecera está Jesús, a su lado, su madre, después los discípulos, los mártires, los santos…?
-Alto, alto. ¿Quién le dijo que ése el orden que usamos acá? Desde hace muchísimos años, todos los días nos reunimos para comer juntos y nunca tuvimos necesidad de carteles para organizar las mesas. Acá, en el cielo, cada uno se sienta a medida que llega y con el que le toca, toca…
-Pero… ¿Jesús no se sienta en la cabecera? ¿El lugar más importante no está reservado para él?
-Sí, por supuesto, él siempre se sienta en el lugar más importante.
-¿Ah, sí? ¿Y cuál es el más importante?
-¡Justamente! Donde se sienta Jesús es el lugar más importante; no interesa si es en la cabecera de la mesa o en uno de los costados.
El, cada día, se ubica en sitios diferentes. Aunque, le cuento, la verdad, para ser sincero, a todos nos parece que se sienta a nuestro lado.
Esa misma noche, Felipe, comprobó que era cierto. En el cielo, no hacían falta carteles, y cada uno sentía que Jesús estaba a su lado.

Mil gracias Aída Martha Castelán. Hermoso el relato.

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