miércoles, 19 de marzo de 2014

SAN JOSÉ, Elsa Lorences de Llaneza, SANTO PROTECTOR DE LA BUENA MUERTE

La vida santa de San José, la asistencia de Jesús y de María, todo contribuyó a que su muerte fuese preciosa  ante los ojos del Señor.
La Iglesia compara aquella muerte con la hora de un sueño pacífico, como el de un niño que se adormece sobre el seno de su madre; con una antorcha odorífera, que se consume a medida que arde y que muere exhalando el perfume suave de su sustancia. La muerte de los santos es siempre envidiable, porque todos mueren en el beso del Señor, pero ese beso no es más que un dulce y precioso sentimiento de amor.

José murió verdaderamente en el beso del Señor, ya que exhaló en los brazos de Jesús. Y si, como creemos, el tuvo el uso de los sentidos y de la palabra hasta el último suspiro, que no podía ser otro que un suspiro o un impulso de amor, ¿cómo no habrá él coronado una vida tan santa si no pronunciando los nombres sagrados de Jesús y María?

¡Oh muerte feliz! Si no puedo, como José, exhalar entre Jesús y María, visibles a mi mirada, pueda yo, al menos, sobre mis  labios moribundos, unir vuestro nombre, ¡Oh José! A los nombres de Jesús y de María.
La santa muerte de José ha producido preciosos frutos sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un potente protector en el
cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.

Cualquiera que invoque a San José en la última batalla, incluso si fuera violenta, atraerá la victoria. Bendito, por eso, quien coloca su confianza en este santo Patriarca y une exhalando el santo nombre de José a los dulces nombres de Jesús y María.

Todo el mundo cristiano lo reconoce como abogado de los agonizantes y, por tanto, de la buena muerte. Jesé hijo de Jacob, socorría en el tiempo de la carestía a los Egipcios distribuyendo entre ellos el trigo que habían recogido. Pero para socorrer a los propios hermanos, hizo más: no contento con haber llenado sus sacos de trigo, les añadió el precio del mismo. Así hará ciertamente nuestro glorioso Santo José. ¿Con qué generosidad tratará a sus devotos? Así, en el momento de la extrema necesidad, en el punto de la muerte, él sabrá rendir a los devotos homenajes con que habrá sido honrado.
La muerte de los sirvientes de San José es sumamente tranquila y suave. Santa Teresa narra las circunstancias que acompañaban los últimos instantes de sus primeras hijas, tan devotas a San José.
“He observado – dice ella – que al momento de exhalar el último suspiro gozaban de inefable paz y tranquilidad. Esa muerte era semejante al dulce descanso de la oración. Nada indicaba que su interior fuese agitado por tentaciones. Aquellas lámparas divinas liberan mi corazón del temor de la muerte. Morir  me parece ahora la cosa más fácil para una fiel devota de San José”.

                                                   Elsa Lorences de Llaneza
                                                  elsalorences@yahoo.com.ar  

¡Oh San José! Por el amor que te tengo haz que mi muerte, sea en tus brazos y rodeada de Jesús y María. AMÉN.  Elsa  

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